-¿Ves esta hormiga sobre tu vestido? ¿podrías decirme su
nombre?
-No tiene nombre.
-¿Y esta otra?
-Tampoco.
-¿Qué sentís al verme aplastarlas, una a una, con mi dedo?
Sintió el pulgar de su tío contra su sedoso vestido, y frunció el ceño tratando
de entender el por qué de esta pregunta. La brisa fresca de primavera no los
alcanzaba en el patio amurallado, solo el sol del mediodía.
-¿Nada?
-¿Por qué?
-No son personas, son insectos.
-¡Exacto! Y así como las hormigas, quienes están por debajo
tuyo, tus enemigos y los débiles, ellos tampoco deben tener tu simpatía. No
tienen nombre, no sufren al morir, no están realmente vivos. ¿Entiendes,
princesa? Y cuando los uses, azotes o mates, no son diferentes de una
hormiga o una mula.
Ella levantó la mirada y sus ojos se encendieron con un
brillo ámbar. ¡Claro! Sería implacable con los animales, los gobernaría con su
cetro de marfil, su mirada gélida y su palidez de noble, le daría al ganado la
existencia que le corresponde por su naturaleza, y castigaría CON MANO DURA E
INFLEXIBLE A AQUELLOS DE ENTRE LOS BIEN NACIDOS QUE SE MEZCLARAN CON SERES
INFERIORES!
Sus cabellos trenzados se alzaron por una suerte de estática
sortílega mientras sus pies diminutos guardados por sus zapatitos dejaban el
suelo, a su mentor y al castillo muy debajo suyo...
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