Díscolo insensato, de este mundo abjuras,
Felisberto, tú, reacio al alborozo,
tan dado al encierro y a tus libros,
tan ajeno al inconsciente gozo.
Aprendiste en claustro duros silogismos,
desdeñando, por mundanos, placeres.
Haces tuyo el arte de los signos,
sabios dichos de antiguos profieres.
Transitando de tinta laberintos,
faltaste a votos y deberes marciales.
Haces de mi voz crasa omisión,
por ti, tu amado par sufre males.
Y si en poco estimas míos padeceres,
tenme por nuncio y ábreme portones.
Te traigo familiares misivas,
señoriales retos y razones.
Si mundanas son para ti estas tintas,
lastre espiritual; así, devaneos
tus libros tratan, y aún profanos.
Por tan poco descuidas aseos.
Mester de intelecto carnes debilita,
artístico lienzo que por negligencia
arruínase en encierro infértil,
destruye objeto de mi querencia.
Sabios mundial orden orquestaron, tres
estamentos, sabes, cada cual sus mieles:
unos al suelo, otros los cielos,
nosotros las armas y corceles.
Desoyes mundial concierto, obstinado,
cuando clericales labores adoptas,
mas rehuyes de votos sagrados
y por soberanos modos optas.
Sin ser rey sos libre, o así te comportas,
mas votos te obligan, cumplid cual vasallo.
Y si a este nuncio afligido ignoras,
mortal hoz segará vital tallo.
Derrotado, cejo, mi asedio repliego,
tu demencial torre yace inexpugnable.
Deponiendo retóricas armas
atiendo tus razones, amable.
Rumiar recursivo, tuyo, entre papiros,
tras verdad esquiva, transitando mapa,
que abstrae no real geografía,
que, lógico grial, mientes atrapa.
Inveterado orden descendiendo extirpas,
nadas suspicaz por entre sofismas,
trocas realidades por argucias,
naufragas en abstractos marismas.
Desnudo de creencias, en derredor miras,
fantástico entorno que sin ley concibes,
mundo, antes habitual, hoy extraño,
que quimérico y sin rey percibes.
¿Quién prodiga tal dichosa bonanza?
¿Quién provee banquetes, quién las mieses sega?
¿Quiénes tejen ropajes y sinos?
¿Quiénes cargan del campo fanega?
Vivimos en mieles, en trance, adobados,
los hidalgos en ciega algarabía.
¿Quién repone lanzas que, justando,
quebramos, con qué fin se porfía?
En gesto mortal retraes juramentos,
al rey desconoces, repetirlo temo,
¿Quién ha visto a Arturo en patrios suelos?
¿Es que tenemos por rey a nemo?
Es ora ilusión, ya juego de espejos,
maquinación vil, afirmas, de genio,
somníferos grilletes que apresan,
de tales te libras con tu ingenio.
Tus osados dichos trémulo me dejan,
Felisberto, por afrentas ya reo.
Mientras hablas siento estremecerse
muros, suelos, de aposento ateo.
¿Cuál pagaréis precio por tu epifanía?
¿Cuál valor verdad, si a su causa, abyecto,
mal aseado, díscolo, y aún, débil?
¿Dónde, quien fuera antes circunspecto?
No cuestionéis dulce quimera, insensato,
canto seductor, aún si de sirena,
melodía a la que, armoniosa,
me entregara sin ceras ni pena.
Libre de vendajes, vero mundo ante uno,
No habría certidumbres, mapas, mandamientos,
¿Por qué hollar océanos ignotos,
dejar tierno hogar por nuevos vientos?
Infructuoso oleaje mío lame tablas,
que, de tu navío, sensatez rechazan.
Impotente espuma, mías lágrimas,
observa velas que rutas trazan.
Sin razones para mudar derroteros,
No aplazaré de anclas insensata leva,
Y aunque invítasme a demencial viaje
familiar, si falsa, elijo, cueva.
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