Levanta tu visor y aplaca ese destrero
cien veces nos batimos, marchitando el otrora
espléndido jardín de nuestro rey primero.
Ya nadie vitorea, las damas se han marchado,
con ellas los juglares, arlequines y bardos.
Sólo los crueles cuervos, atentos sobrevuelan.
Y aún los cuervos intuyen, que tras soles y lunas
poca carne obtendrán de estos huesos famélicos
ni habrá leyenda eterna sin testigo oportuno.
Poco a poco avizoro, mientras lanzas quebramos,
y de escudos jirones, de armaduras harapos,
y de plateados yelmos, quedan sino andrajos.
Adivino, decía, que tal vez sólo a Cronos
de su sereno trono sin pompa arrancaremos,
pues de justa en justa, en duelo eterno y sordo...
El tiempo de extinguirse habrá, hastiado, inerme,
y en derredor mirando, fatigados y exánimes,
grises campos de hueso, sin flores, todo cieno...
¿Descenderemos ya, olvidando rencores,
tomándonos las manos? ¿O en un último beso,
estertóreo y pálido, te entregaré mi aliento?
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