No concuerdo con la naturaleza puramente mental de estas cárceles cíclicas, de las que se saldría apenas con un acto reflexivo. Su naturaleza y limitaciones son mucho más físicas de lo que creemos, y las transitamos a diario: vivimos atrapados en ciclos de espacio-tiempo como la democracia, las relaciones monógamas, el trabajo, la familia, y otras instituciones.
En la película "The Endless" (El Infinito), todos en las cercancías del campamento de la secta están atrapados en un ciclo de algún tipo, que termina con la muerte. Muchos, como varios de nosotros, son vagamente conscientes de los patrones de repetición, pero aún así no pueden abandonar esa compulsión.
¿Alcanza el reconocimiento reflexivo para escapar de las garras de la repetición alienada? Por supuesto que no. Si algo no nos falta como generación es la autoconsciencia: gracias al miasma de consciencia colectiva que es internet, vivimos una hipertrofia de la crítica, ironizando sobre cada aspecto de la vida social, todavía seducidos por la esperanza de que la opinión pública haga entrar en razón a personajes como Viviana Canosa.
Pero los ciclos avanzan, y se despliegan en toda su teatralidad. Conscientes de la escenografía, de la ficción de participar en un proceso de decisión colectiva, votamos. Conscientes de lo que es la deuda externa y de su carácter sistémico, aprobamos su pago o reestructuración, porque esta vez sí vamos a salir. Conscientes de cómo se desmorona todo, seguimos trabajando, estudiando, recorriendo los senderos marcados.
Nunca valió menos la consciencia crítica, porque la cárcel cíclica opera sobre nuestros cuerpos, los programa. Salir del ciclo es menos un discurso pomposo (como éste) que una piedra arrojada o una desconfiguración física. ¿Tendremos cuerpos todavía para cuando termine esta cuarentena?
Cuando escribí el Laberinto de Verra, la condición que puse para escapar de un ciclo fue acumular al menos 1 punto de Memoria. Pero eso fue incorrecto o iluso, fue muy León Gieco. Como mucho, la memoria nos da la impotencia de ver cómo la repetición maquínica sigue ahí, indemne, de lamentarnos y escribir una canción dolida, porque no estamos realmente afuera o a salvo, nunca se lo está.
Algo de esto está en el juego, ya que escapar de un ciclo no implica escapar del laberinto, es apenas condición inicial para empezar a transitarlo, y en el horizonte se dibuja la horrorosa perspectiva de estar incluso los despiertos, los que tenemos memoria, atrapados en un ciclo de otro tipo, más sutil.
Nuestro ciclo es otro, el del ilustrado unitario indignado, siempre indignado, siempre desubicado, acercándose inconsciente al Matadero, humillado hasta morir.
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