Levanteme embriagado de retozo
sobre mullida alfombra
verde, de natural eterno orfebre,
bajo apacible sombra
de arco, de hojas adornado, frondoso,
con robustos pilares enraizados.
De pie, al son de emplumados cantores,
contra el pilar, mi lanza
descansa sin temor,
de tanta paz, tornada roma y mansa.
Mi rocín busca en los alrededores
sustento que solía ser mi alfombra.
Doy pasos, que no son marcial desfile,
al compás no uniforme del bostezo,
libre de cuitas, carente de norte,
de demandas de barriga poseso,
que previenen que mente despabile.
Fuera de mí pereza, me detengo.
Miro en mi torno, ya libre de Orfeo,
mas preso de grilletes
nuevos, que son hambruna,
ojos guían a naturales banquetes,
ayer prestos a saciar mi deseo,
mas, veréis, demudados, cruel fortuna.
Los pies, no alados, muevo,
los ojos fijos en verde sustento,
y en mundano arrastrarlos,
ambos dan con guijarros, que portento
son del arroyo del que ahora abrevo
como árbol, a través de mis raíces.
Observo ya con ansias
verdes dones que de pilares penden,
sustento, como ayer, de mis caprichos
que, insaciables, que porfiados, propenden
al derroche de ocio que es mi estancia
en vergel que traiciones no albergaba.
Arranco higo con manos
que, suaves, muestran falta de rigores,
mas cruelmente lo que fue uno dos hacen,
y a enraizado pilar causo estertores.
Rencorosos, quienes antes ufanos,
quítanme sombra a cambio de este fruto.
Despedazo verde higo con mis dientes,
y si es visual quimera seductora,
ya próximo revela
apariencia de sentidos traidora,
negro tesoro y más agrios presentes
a paladar de agravios inocente.
Arrojo falso fruto,
que en suelo, fenecido, podredumbre
revela a mis sentidos,
y con hambre aparece pesadumbre.
Quien fue manso vergel, ya vil y astuto,
déjame abandonado y sin cobijo.
Desenvaino hoja,
tembloroso, y deambulo,
tormentoso cielo en ciernes, y bosque
lesivo por igual; sin disimulo
a correr lánzome; se sobrecoja
quien viérame en tal modo.
¿Por qué se halla así, insomne, abandonado,
quien antes tan apacible holgara?
Alzando ojos, encuentro, de silencios
panteón vil festoneado, que separa
de vergel mi persona, arrojado
A mundo hostil y espurio.
Descubro, que existiendo, a cielo injurio,
en retozando, ingrato, de tal modo,
que con tardías plegarias, no corrijo
pecado original en mí patente.
Por dicha antigua en luto,
por aquello que ayer no valoraba
y que de simple mudó en mil carices,
confusión para quien, suerte ninguna,
sin valor su abolengo,
entre espinos y sombras,
deambula eternamente castigado.