Te observo, Segismundo, con tus flores,
inclinado en el jardín, sosegado,
tus manos delicadas entre pétalos
arrancando, cruel suavidad, los tallos,
formando, cual demiurgo, hermoso ramo.
Te observo, extasiada, en mis recuerdos,
y pienso que marcharte no debiste.
Para el fragor marcial no fuiste hecho,
sos frágil lirio bajo cruento asedio,
¿Qué dictará tu hado? ¡Desfallezco!
Como dicta la usanza, llevas prenda,
pañuelo que compendia mis anhelos
de verte retornar al patrio suelo
indemne, sonriente y con tus flores.
Con glorias no, a aquéllas las desdeño.
Torpes palabreríos los honores
Y vana aspiración la mortal gloria
Sendero sembrado en cuerpos quedos
Fuego fatuo que a crédulos agobia.
Cediste al necio anhelo de los hombres.
Si aquella tarde estival fue la postrera
Quisiera que entre las flores tomadas,
a mí, como geranio, me llevaras,
atado el ramo al escudo de armas
negra lid mis pétalos descubrieran.
Que por arcana alquimia de mis rezos
Lanza fortuita o maldito virote
arranquen el geranio de tu escudo
quede sin mácula tu regia porte
y mi alma el cuerpo a un tiempo abandone.
No me regañes, amado, si entrego
aquello que es mío en tu provecho
Si así logro que retornes, tal vez,
de un geranio lozano, por fortuna,
Sus pétalos susciten mi recuerdo.