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domingo, 11 de septiembre de 2022

La cohabitación de los tiempos

En 2016, aproximadamente, escribí este intento de ensayo, con el objetivo, recuerdo, de iniciar un blog con unos amigos para publicar escritos de este tipo, más sesudos, si se quiere. Este proyecto de blog, como tantos otros, no prosperó, pero me quedó este artículo en el tintero y sin publicar, y me parece que darle una salida en este blog es mejor que confinarlo a mi disco duro.

Con 6 años de antigüedad, naturalmente, no es un ensayo que represente mi forma actual de escribir, ni siquiera mis convicciones, probablemente. No lo retoqué por fuera de algunas correcciones ortográficas, así que lo pueden tomar como una ventana a mis ideas de hace unos años.

La cohabitación de los tiempos


La lectura reciente del ensayo "El tiempo y JW Dunne", de Borges, me dejó pensando en la teoría de que todos los tiempos posibles, la eternidad, están presentes en cada instante. Esta idea, luego de una lectura primera, maduró lentamente, adquirió un nombre, y pronto mi recuerdo del ensayo mencionado se había distorsionado para darle mayor peso a la lectura que yo había hecho, a la tesis que quiero proponer en este texto.

Fue una gran sorpresa hojear desesperado los ensayos que componen "Otras Inquisiciones", para encontrarme con que esas líneas imaginarias apenas existían, que no había ninguna teoría de la "cohabitación de los tiempos" expresada en los términos que yo necesitaba. Ahora creo, adelantándome a lo que voy a proponer, que ese recuerdo era visión profética, que encontraría un lugar en el mundo cuando este ensayo estuviera terminado. Pero para eso tengo que cortar con tanto prólogo.

Borges se pregunta qué razones hay para postular que ya existe el futuro, pero su respuesta tiene sabor a poco. Amante de las abstracciones y de la fantasía, le resulta productivo retomar la propuesta de Dunne de los sueños (premonitorios) como prueba de su teoría. Como en otros aspectos, Borges acierta en considerar esta tesis, que yo también voy a defender como correcta, pero se equivoca en la forma de llegar a ella. Los sueños son un escape argumental sencillo para una teoría: son, en algún punto, inapelables, y es difícil poner en discusión una intuición cualquiera sobre ellos. Más complejo sería encontrar marcas del futuro en nuestro entorno cotidiano.

Un hilo conductor importante en Otras Inquisiciones es, creo, la intuición, a partir de la literatura (el mundo que sí habitaba Borges), de un orden secreto, de una unidad terrible del universo (el calificativo podría cambiarse por feliz, según el observador). Este ensayo es otro aporte a dicha intuición, a la visión de una unidad secreta del tiempo por fuera de su sucesión.

Mi aporte proviene de una tradición algo distinta, del marxismo, y parte también de una intuición u observación. Si el capitalismo es un sistema omnipresente en su dominio, si la alienación alcanza todo recodo de la vida social, por momentos descubro, en ciertos detalles, otro sistema posible para organizar la vida. Lo veo, por momentos, en la plaza pública y los modos de circulación y socialización que genera; en los brotes de camaradería y humanidad espontáneos entre iguales que nos presenta la vida cotidiana; en las explosiones de vigor y colectividad que son las marchas.

A la vez, en la rigidez casi totémica del fascista veo la lógica de la barbarie y la posibilidad misma del peor de los fascismos: ese primer fascista, o protofascista hipotético, que debió existir poco después de la primera guerra mundial, ya contenía en su ser todas las leyes que derivarían luego en los regímenes de Mussolini y Hitler.

La realidad que nos toca es un sistema contradictorio, la coexistencia tortuosa de fuerzas opuestas, algunas dominantes, otras subordinadas, algunas en su apogeo, otras muriendo, otras durmientes. Cada una de esas fuerzas presupone otro sistema posible: las plazas y la libre relación con el entorno, las marchas y rebeliones, un fragmento apenas de la explosión revolucionaria, la amistad como presagio de las relaciones humanas liberadas de las cadenas del patriarcado y de toda ansiedad por la existencia. Y cada marca de un sistema distinto es la entrada de otro futuro a nuestro entorno.

Si todos los futuros posibles se nos revelan en el presente, también ocurre esto con el pasado, que no fue borrado sino que se acumuló en sucesivos pliegues. Con la suficiente observación, y sin necesidad de acudir a algo tan etéreo como los sueños, podemos distinguir la feria medieval en las ferias actuales, la culpa cristiana en la endémica culpa del progresista y sus consecuencias, la caridad por un lado y el rencor contra el mundo por otro; la Ilustración en la academia y la educación formal, y seguramente podría seguir un buen tiempo.

Soy consciente de que esta propuesta peca de romántica, de que así el presente parece un sembradero de "cifras" de otros tiempos, o mundos, cifras de un mundo ideal que requieren de cierta sensibilidad para ser descubiertas, lo que parece horrible y elitista, pero se demuestra en la cruda realidad de que siempre existe una vanguardia y una retaguardia en los procesos sociales de conciencia.

¿Qué se abre, qué se despliega hacia el futuro? Una inminencia, o una necesidad que en estos tiempos viene despertando: no sólo la de la revolución, sino la de un mundo futuro de armonías explosivas y en constante tránsito. Esa visión que se abre paso como un aullido visceral, es el esfuerzo por nacer del organismo humano, de la hiperconsciencia de la que hablara Olaf Stapledon en "Hacedor de Mundos". Un organismo, no en su sentido fascista y dictatorial, sino como asociación multiforme y en constante mutación, equilibrada y armoniosa también. Ese aullido premonitorio plaga el presente, para el que esté dispuesto a escucharlo, para el que no viva aplastado por la inmediatez.

Mientras tanto, ¿Qué nos queda? Nuestro mundo es una criatura monstruosa creada por retazos incoherentes, por fragmentos de múltiples tiempos. El ciberpunk, al imaginar el futuro, fue el género que con mayor precisión nos entregó una imagen del presente: cada nueva tecnología se asienta sobre el mundo sin eliminar por completo las anteriores, de las que quedan resabios. Así se da que pueden convivir internet, la televisión, la radio y la carta, aunque esa cohabitación de los tiempos también se distribuye espacialmente: galerías que son un descenso al pasado con sus tiendas de reparación de televisores, el entramado completo de la ciudad se nos revela como la coexistencia de distintas décadas. La máquina imaginada por Wells para viajar al pasado es innecesaria.